miércoles, agosto 03, 2005

Berlín 2ª parte: La cerveza roja alemana es tan buena como el café con leche

Aunque una sea una petarda de tomo y lomo, de vez en cuando le gusta eso de pensar. Y en este viaje he podido hacerlo (ayudada por el calor y los vapores de la cerveza) sobre un tema que me apasiona: el lenguaje. Hay que ver, agujero querido, lo poco que lo cuidamos (tú, concretamente, nada, porque no dices ni mú) y lo importante que es. Un ejemplo: en alemán (idioma que desconozco casi por completo) mi razonamiento más profundo es el siguiente:
"La cerveza alemana roja es tan buena como el café con leche" y "Yo no soy una patata".
¿Cómo se te queda el cuerpo, agujero? A Nietzsche y a Kant se les tienen que estar entrechocando las rótulas en sus tumbas. Un niño teutón de tres años parecería, a mi lado, Sánchez Dragó en pantaloneta.
Sin embargo, en inglés y un poco menos en italiano, la cosa mejora, aunque no pueda entrar en demasiados vericuetos (no sé decir "perífrasis" ni "proselitismo" ni muchas más palabras de más de tres sílabas en los idiomas de los Monty Phyton y Berlusconi). El único idioma que manejo con soltura, alegría y fervor es el mío y ahí es cuando puedo pensar con claridad. Conclusión de empollona gafotas y la pongo en negrita y todo: el lenguaje es la entrada del pensamiento. Y dicho esto, voy a ver si encuentro cerveza roja alemana que es tan buena como el café con leche.