Abrigarse es de maduros
Estimado agujero, no sólo sideral si no también abrigado: hoy ha nevado y eso me lleva a una bonita reflexión que tengo que compartir contigo, porque si la comparto con el resto de mis congéneres van a reafirmarse, de una vez por todas, en la idea de que me falta un tornillo. Abrigarse es síntoma de madurez. No creo que con esta idea me inviten al programa de Sanchez Dragó, como mucho al de Quintero, en su sección de "friquis sin remedio", aunque ya quisiera yo alcanzar las cotas del Risitas y Falete (que yo creo que nos está engañando a todos y, en realidad, es una señora de Burgos), pero algo es algo.
El caso es que, viendo a los adolescentes patrios pelándose de frío a pesar de la temperatura invernal, luciendo cacha a pelo y sin un pelo, ellas y cazadorilla y cabeza pelada, ellos, me han venido a la cabeza los entrañables momentos de mi juventud en los que se me quedaban los mocos como estalagtitas sólo por enseñar un poco de carne (poca, todo hay que decirlo, porque a finales de los ochenta y principios de los noventa se llevaba el jersey saco de patatas y el plumas Michelín, así que había poco margen). Afortunadamente, una ha crecido mentalmente (porque físicamente, estoy más o menos igual, ¡pero qué alta era yo con doce años, cago en diez) y se tapa convenientemente ante los fríos invernales. Eso sí, en cuanto salga el sol, pienso ponerme, por lo menos, una camiseta de pico y que tiemble el misterio.

A éste le falta un hervor.